Al imprimir ayer las tarjetas de embarque para ir a Ibiza la próxima semana, me dí cuenta que Ryanair las ha modificado. Ya han pasado seis meses desde que subí al avión que definitivamente me trajo desde London Gatwick, por las prisas, de vuelta a Valencia y desde entonces no he vuelto a volar. Seis meses en los que cada día, al menos un ratito, echo de menos aquello. Algo normal, después de haber estado unos años por aquellas tierras…
A la espera de que viniese a vivir definitivamente a Inglaterra, yo ya estaba buscando una típica casa inglesa con jardín en Bury St Edmunds, cerca del colegio que había elegido para que estudiase María, mirando un coche (algo casi imprescindible allí por los horarios) donde pudiera meter su carrito, cuando de repente una mañana se cruzó en nuestra vida el Síndrome Nefrótico y todo cambió.
Hablé con Carlos, mi jefe en el West Suffolk Hospital, y le comenté que estaba pensando en volver a España, algo que entendió perfectamente cuando se lo expliqué. Howard, un amigo inglés del trabajo, no solo lo entendió sino que me dijo “solo tienes una vida y lo que no vivas no lo podrás recuperar”. Otros no lo acababan de entender, solo pensaban en qué iba a hacer en España, sin trabajo, con mi edad… Solo pensaban en el dinero.
Un mes después, el plazo que me pidió Carlos, a las 06:00 AM (pues trabajaba de noche) acabé mi último turno y dejé el trabajo con contrato indefinido. Me fui a tomar mi último full english breakfast y a continuación, como ya había vendido todos los muebles, a devolver las llaves al propietario del apartamento que tenía alquilado. Recogí mi maleta y directamente al Hospital Clínico de Valencia, donde María estaba ingresada.
Desde entonces, todo ha sido una montaña rusa. Constantes idas y venidas al hospital, medicamentos, conseguir que vuelva a estar negativa, alegrías, recaídas, biopsia, preocupaciones, vuelve a negativizar, incertidumbre… y por supuesto, parque, pelota, playa y cantajuegos, todo por, para y con María.
La familia ha crecido, pues ya casi podemos considerar así a su médico, el Dr. Marín (que curiosamente lleva el apellido de mi madre, la abuela de María), y a todo el equipo de la 5ª planta del Hospital Clínico de Valencia que tan fantásticamente se han portado cuando ella ha estado ingresada.
Todo lo que pasa, conviene, y hoy, seis meses después de dejar Reino Unido y gracias a tener un contrato realmente indefinido y que me permite la conciliación laboral y personal (RETA), he estado una hora más en la cama junto a María, mirando los rizos de su pelo, escuchando su respiración, sus palabras entre sueños, y oliendo ese característico aroma que desprenden los niños, carpe diem…
Como me dijo Howard, sólo tengo una vida…